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En una columna anterior sostuvimos que el resultado del plebiscito constitucional, si bien dejaba sin espacio toda imaginería de quienes albergaban la pretensión de inaugurar un ciclo refundacional de la República a partir de una nueva Constitución, no clausuraba la posibilidad para el Gobierno de sentar ciertas bases esenciales de un proyecto de desarrollo para el país que efectivamente apuntará a una mejor calidad vida y progreso para todos.

Por cierto, no se contaba en ese análisis con la derrota en la Cámara de Diputados del proyecto de ley de reforma tributaria. Los cálculos previos a su votación, daban cuenta de que bastaba con la mínima disciplina y compromiso de todos los parlamentarios de su coalición para obtener los votos que hicieran posible la apertura a legislar sobre esta materia. Pero ello no ocurrió, y, lo que es peor, ninguno de los parlamentarios que no concurrieron con su voto  han dado una razón sustantiva para ello. Por su parte, la oposición de derecha votó unánimemente en contra de la idea de legislar. Al respecto, conocemos tres posibles razones para esta decisión. Una remite al argumento ideológico, lo que condice a rechazar cualquier proyecto de reforma tributaria por necesario o moderado que éste sea; otra, es atribuible al compromiso que mantienen amplios sectores de derecha con la defensa de los intereses económicos de los poseedores de las grandes fortunas; y, la tercera, es la decisión de negarle al Gobierno, como en los viejos tiempos, la sal y el agua, aunque ello perjudique a una gran mayoría de chilenas y chilenos.

La relevancia de estos hechos hace altamente plausible la ocurrencia de un escenario caracterizado por las restricciones o barreras que antepondrán los sectores de oposición para impedir todo intento de reformas que busquen introducir factores correctivos en el funcionamiento del modelo vigente, tanto en su dimensión política como económica y social.

Este escenario no es inocuo puesto que institucionaliza en el país la llamada “estrategia de suma cero”, cuyo resultado será siempre lo que uno gana el otro lo pierde.

Resulta interesante, así, preguntarse ¿quién pierde y quién gana?

Aceptar una agenda y contenidos impuestos por la mayor parte de la  derecha, o el inmovilismo que otra parte de ésta promueve, significa una involución social y económica para la gran mayoría de los chilenos y para una vida civilizada. ¿Quiénes ganan, entonces? Los partidarios de mantener por razones ideológicas el orden establecido y los grandes grupos económicos junto con todos aquellos que giran en sus vidas sociales, políticas y económicas en torno a ellos. Esto es exactamente contrario a lo que debe mover a un gobierno progresista de inspiración humanista, que apunta a mayores libertades para todos, basado  en un desarrollo personal y social integral e inclusivo, que amplíe la base productiva y económica del país de manera sustentable y sostenible agregando mayor conocimiento e innovación, con beneficios para todos y no sólo para unos pocos.

Ciertamente en democracia hay que buscar acuerdos para legislar y conformar mayorías, pero desafortunadamente, el actual clima político de crispación y polarización hace dificultoso alcanzar un consenso básico, que permita acordar una agenda país de mínimos para superar algunos de los nudos gordianos que limitan la instalación de una tendencia de recuperación en materia de crecimiento económico, con mirada de largo plazo, y permitan resolver algunos déficits sociales acuciantes.

En consecuencia, ceteris paribus, aquí se abre una disyuntiva política de suyo compleja para el Gobierno. Así, de no mediar un cambio de actitud por parte de la oposición, en orden a reconsiderar la agenda de proyectos e iniciativas legislativas que se presenten, sobre la base de valorar el mérito de las mismas y su orientación para avanzar en resolver problemas apremiantes y de larga data en nuestro país, al Gobierno y su coalición no le quedará otra opción que elegir entre “ganar a lo Pirro o perdiendo aún ganar”.

Veamos, entonces, las implicancias de cada una de estas opciones.

Ganar a lo Pirro, lo que en este caso equivaldría a sacrificar elementos de la esencia de  sus convicciones ideológicas y programáticas, con el fin de obtener éxitos legislativos o respaldos de la oposición a sus políticas, no sólo es malo políticamente para la coalición gobernante en el mediano y largo plazo, sino que, lo peor, es malo para el país, pues da una apariencia de solución a problemas de gran significación que, en el mejor de los casos, se mantendrán como hasta ahora, pudiendo, incluso, agravarse. Ya lo hemos visto muchas veces en gobiernos anteriores y no es aceptable seguir repitiendo este tipo de errores.

Perder ganando, es decir, mantener y defender los contenidos esenciales de su programa de gobierno, asumiendo el costo de un mal balance legislativo, le permitiría, de cara a la ciudadanía, mostrar coherencia con su identidad política y, a su vez, contribuir en proporcionar mayor claridad sobre las opciones, implicancias y diferencias que subyacen entre la centroizquierda e izquierda y la derecha chilena. Lo cual, por lo demás, es propio y natural al juego democrático.

Ahora bien, asumir esta condición no significa aislarse políticamente ni tampoco dejar de perseverar en la búsqueda de acuerdos sustantivos, sino, simple y estrictamente consensuar con convicción y actuar en consecuencia. Tampoco significa dejar de gobernar, ya que una gestión de gobierno ordenada, certera, eficiente y de calidad, permitirá avanzar en la implementación de políticas, programas y proyectos de alta significación, que resultan tan relevantes como los cambios institucionales para mejorar la vida de las personas y comunidades.     

Al respecto, parece muy relevante que el Presidente Boric manifieste al país, de manera clara y pedagógica, lo que está hoy en juego y cuál será la orientación y guía para el actuar del Gobierno en  los tres años que le restan.

La política es un campo que hace posible y legitima la opción de ganar en lo sustantivo (ideas y convicciones) aunque a veces se pierda en lo contingente,  dejando a las ciudadanas y ciudadanos, con su inteligencia y experiencia, sacar sus propias conclusiones.

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  • El contenido vertido en esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la línea editorial ni postura de El Mostrador.





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